Estar contenta es una historia larga, como por ejemplo decir que ese día había llegado triste y cansada y me había quitado todito de encima y con todito de encima quiero decir que había desperdigado hasta el alma, y con desperdigado hasta el alma quiero decir que tenía fuera todo verbo conjugado. Y uno se pregunta qué tiene qué ver esto con que esté contenta pero verás, antenoche papá salió de viaje; a papá le gusta tomar carretera a media madrugada, había bajado a las dos de la mañana sigiloso a fumarse un cigarrillo sin que mamá lo viera, yo he aprendido a vivir con ello y si se va a morir a mi qué me importa si al final de cuentas va a morir feliz del vicio y yo con él a la tumba, porque mamá dice que voy a terminar como él si sigo fumando y bebiendo y tragando anticonceptivos como si no hubiera un mañana, dice que entre menos sexo tenga mejor, menos peligro para mí y así mis piernas se conservan íntegras y quién sabe qué más dicen ella y la doctora. A mí me habían estado doliendo las piernas y primero he pensado que sería porque ya están muy grandes, tengo que hacer ejercicio y carajo que no tengo ni tiempo ni ganas y todo está muy lejos (mis manos, por ejemplo, están muy lejos de mis pies). Luego recordé que llevaba dos días sin cenar como aquellos tiempos cuando papá me encontró vomitando tierra en el escusado, después de eso me obligó a comer hígado y plátanos para el desayuno pero nadie puede curar a un enfermo, o quién sabe, nosotras no pudimos curarlo en veinte años y viene un agente de tránsito y lo obliga a pagar por los pecados de Hitler y dale que se cura, así nomás. Se cura del alma pero el cuerpo hecho pedacitos, menos mal que es por el gusto de cuarenta años y así se pagan los placeres; mamá dice que es genético y a mí me da mucho miedo que un gatito un día me muerda las venas de los pies y me muerda y me contagie la peste o la sífilis, y así como a ése argentino se me suba un morete a la cabeza y me quede hecha una máscara sin poder decir ni palabra, con tanto que me gusta a mí hablar y hablar y da que no me para la boca ni un momento. Esa noche me habían estado doliendo las piernas y pensé no más pastillas, voy a quedarme idiota o estéril quién sabe, y además las piernas, me duelen las piernas, me arden las piernas como aquel día, habíamos fumado mucha hierba y al principio como siempre yo me quedaba calladita, pensaba en el mar pero de repente las piernas en incendios simultáneos, en la teve Pink Floyd y yo con ganas de que no me dejen cerrar los ojos nunca porque me estoy yendo y no quiero irme todavía. Claro que tuve que irme alguno de esos días pero esa historia no es la nuestra, quiero decir que ayer me dolían tanto las piernas y yo me preguntaba si acaso sería por esa horrible inyección que me habían puesto cuando en mi garganta se había instalado una feria de hormigas y ya no había nada qué hacer mas que rezar porque el dolor no me matara tanto, papá había ido por árnica y yo le había suplicado que me llevara con él y lloraba y pedía y me revolcaba, y papá se fue por árnica y no volvió, yo viví creyendo en el árnica como la yerba del engaño, por eso confío en la medicina tradicional y el juramento hipocrático, como aquel papelito pegado justo fuera de la sala de terapia intensiva donde papá permanecía rígido y entonces mamá dijo que debía ir a verlo (hablen tienen tres minutos) eran las seis de la mañana y yo entraba con mis pasitos de ardilla deshojada y lo vi tendido allí, me senté a la orilla de alguna silla y me di cuenta que mi padre se había convertido en una maraña de cables; lloré por su vida y por la mía, la enfermera dijo que podía hablarle,que me estaba escuchando, a mí se me quebró la voz y le toqué la mano cadavérica. Mamá decía que debía ser fuerte y papá decía que debía ser fuerte y la enfermera de piso decía háblale tienes que ser fuerte papá en los cables se desperdiciaba como una alondra tirada en el bosque y esto debía decirlo porque a las seis de la mañana yo lloraba en el sillón de mi abuela sin decir nada papá se me estaba yendo carajo y yo no era ni siquiera una niña.
Supongo que a papá le dolían mucho las piernas, estaba cansado y yo, antier, estaba cansada como sólo papá podría estarlo, tal vez por eso las piernas y el punzante desconsuelo y bang ahí estaba el dolor, pensé pero finalmente volví a abrirle las piernas al sueño, qué susto caray desde hoy dejo de fumar, pero sé que miento porque no voy a hacerlo, cuántas veces lo había dicho y al momento lo mejor de mi vida es encender un cerillo de madera.
Y nada más porque me quedé dormida y al día siguiente ni siquiera recuerdo qué hice pero supongo que fue algo muy bonito porque me di cuenta de que el cartero había llegado y recordé también esa camiseta de Neruda que le compré a mi papá y que no le quedó y tuvo que regalarme, luego recordé ese pedazo de papel que había escrito un día que estaba muy borracha y todas mis esperanzas se habían ido al carajo o a la frontera, significaba mucho para mí igual que significaban esos apuntes en la libreta azul un día que también estaba muy borracha y entré a clases escribiendo en espirales, ahora que viéndolo desde ahí los momentos más felices y más tristes de mi vida los he atravesado con el cuerpo fermentado y tal vez a eso se deba que siga buscando en el cielo unicornios azules pero esta historia no es otra copa de melancolía, las tristezas son cuentos todavía más largos que me cuento tres veces por semana en horarios de oficina, casi siempre a tiempo extra y sin retribución alguna.
Cantaría el belachao, pienso, sería la historia de dos guerrilleros que no pelean en su tierra, pero llamaría a mi madre y le preguntaría cómo está papá y después colgaría y mi libertad tendría fin en la cama.
Y si yo caigo en la guerrilla
oh Bela Ciao, bela ciao, bela ciao
Cavaré una fosa dentro de dos años. Ella sonríe cuando le cuento que me voy a la revolución, que me arriesgo el pellejo y mi familia poco importa porque somos absolutos.
Esta mañana me he levantado
y he descubierto al invasor
Tengo un cálculo equivocado. Pienso en cincuenta flores, posiblemente cincuenta y cinco, secas dentro de un platón de barro. Pienso en que quizá yo también mi historia es la de un pulmón revolucionario. Me he levantado y tengo ganas de alzar este puño mío y no caer porque sí, porque siempre, porque mi fusil está guardado en la montaña.
Apesto a cigarrillo. Tengo un arete de la lengua en la oreja. Pero mi oreja carcomida recordaba el sonido de aquel día de mayo que granizaba a cántaros y yo había ido a la escuela con mucho cuidado y con mucha tristeza pero a final de cuentas iba sola queriendo encontrar un abrazo sincero; nadie estaba cuando llegué y yo creo recordar tocar la puerta y nadie, tocar otra puerta, tocar mil puertas, escuchar un grito. Nadie.
Ése cálculo se equivoca en mis piernas. Al día siguiente hice algo como comerme mis propias arañas y volví a casa triste. De eso me acuerdo. Pantalones cortos. En mi libreta escribí que no hay mejor sentimiento en el mundo que la desnudez.
Hoy usé esa camiseta que a mi padre jamás le quedó. Sí, la de Neruda.