miércoles, 16 de mayo de 2012

Estos ojos son caídas al aire libre
mi ausencia -mi amarilla deshojada carcomida ausencia-
de infinito
salta la cuerda y cae de bruces

No tener miedo de que las gaviotas rasquen estas costras
No tener sed del gran espíritu del cielo
No tener luz que arañe las pantallas de sus córneas.

(Quiero taparte los ojos y decir no tengas miedo del canto de los animales, mis alas están rotas por querer volar al pozo donde el croar de los poetas sigue siendo una constante turbia
decir nos vemos hasta que permanezcan los diluvios
gritar que me estoy comiendo las uñas por morder el cuerno azul, el tercer ojo)

cada una de tus letras
un tiburón que lame las costillas de los sueños

viajaré por los anillos de cada astrolabio del planeta
así
compraré por un dólar la más triste nebulosa
y le plantaré un susto
y la arrancaré un beso
y dejaré que los cráteres se traguen cada una de mis vértebras.

martes, 8 de mayo de 2012

Pensamos en la muerte, eso es innegable. Las personas normales, dijo el maestro, no lo hacen. Viven. Son felices o por lo menos, cargan el abigarrado sintagma de la perdurabilidad. Nos gusta la vida, no tanto como la idea de tener qué vivirla. Yo, por mi parte, sé que cuando salga el sol mi aliento de ayer va a ser sólo un recuerdo; en mi cartera seguirá viajando una nota al fondo de la nevera y alguna invitación a las lágrimas. Pensamos en la muerte. Más de lo común. La gente no lo creería. Cinco veces por hora. Ciento veinte ocasiones al día. La tumba, el ataúd, la rigidez, el frío, el desapego. La gente no entendería.
Pensamos en la muerte. En un revólver en la cabeza. En un cuchillo en la frente. En una soga en el cuello. Mi muerte, naturalmente, no es ni remotamente paralela a la de ellos. En mi caída está la termita de una simbiosis, el espectro flaco de todas mis tristezas, la delectante bilis, la manzana ácida.
Yo me tiendo al lado de mis muertos, y les canto, y les hablo, a veces dejo que me coman poco a poquito y con sus gusanos siento cómo mis huesos ya se van volviendo de ultratumba. Sé que si los vivos no quieren escucharme, aquellos, los inmemoriados, sabrán que soy también digna del derecho a réplica

el derecho al abrazo. Y aquí, en este punto, la plegaria se hace más sorda. Se anega en las clavículas de mi deseo. Y si pudiera escribir sin nuestros puntos no tendría por qué despedirme jamás que a final de cuentas nadie está escuchando y nadie volverá a abrazar el hueso más lacio de mi vida claro que tendría que haberlo dicho antes ustedes se taparon los oídos y cosieron con náilon sus ojos, las lenguas corrieron cual corpúsculos de fuego, y mi lengua se contentaba sólo en pedir a súplicas una palmadita en la cabeza

ustedes me dieron la cicuta y ustedes dejaron que dios se muriera entre mis pestañas yo no sé quién dejó esta vez la puerta abierta tengo tanto frío

Alcen la mano si se les ha quemado un pastel en el horno.


No sé qué va a ser mi muerte sin tu eterna caída y ya no importa más la niebla. Anotación al final de la libreta: estoy enfermo. Cuídame.
Todos estamos invariablemente enfermos, todos estamos insoportablemente tiesos. Nos cuelgan de los ojos dos sogas anudadas, los prólogos más bellos por donde pende la pálida incepción de nuestra sombra.
Van las gaviotas jugando con mi pecho de amatista
van los buitres comiéndose los cerúleos ojos del océano
desangrado va mi pulso
y corre y se entumece tras la tierra prometida

tengo tanto frío
el agua corroe el cartílago del tiempo
y mis alas no dudan en sangrar más profundo en gritar más fuerte
se están helando todas las conciencias
se están pudriendo todas las magnolias
en las cornisas del terror se ha disparado un diluvio anciano
envejece el aire, tiembla de pavor y abulia
rasga el cielo en su intento de comerse las cadenas
yo tengo todos los cánceres del mundo apilados como riscos
la juventud de las canéforas
el tonel de las danaides


aquí estoy trazando las sonrisas de mis enlutados
bebo y brindo por la grana fresca de mi sangre
no sé qué va a ser tu vida sin mi eterna muerte
y ya no importa más la niebla.

martes, 1 de mayo de 2012

Pero lacia, lívida, sintáctica. Y así tan incapaz, y así tan obediente, y así tan asertiva. Y así tan siempre solsticio, que no queda duda de que seguimos el invierno con los iris.